Localiza los adjetivos en este
texto de Mario Benedetti.
Lo han
arrojado del sueño con la piel estirada, los
ojos desmesuradamente
abiertos a la luz inmóvil que aletarga el cuarto. Puede reconocerse, sin
embargo, nombrarse en alta voz.
No bien dice
«Jorge», retrocede el hechizo. Entonces le es dado adivinar relativamente lejos su propio pie
sosteniendo la sábana, y, más cerca, su
mano izquierda, sola, dormida aún, abandonada sobre
el pecho, junto a La estancia vacía, de Morgan, abierto en la página ciento cincuenta y tres.
Cuando la otra mano, la derecha, vuelve a tomar el libro entre sus dedos -el
pulgar inmiscuido entre las hojas como otro lector- Jorge prueba a leer: «Se lo
dije porque las palabras estaban llenas de vida para mí. ¿No ha escrito usted
nunca una carta sin la intención de mandarla, y la ha puesto en un sobre sin la
intención de mandarla, y ha salido con ella… todavía sin el propósito de enviarla;
y entonces ha oído cómo caía en el buzón?» Sí, esto puede entenderse. Él sabe
por qué se ha detenido allí y aceptado el tema. Además, se conoce resistente y
lúcido, lo suficiente como para aplazar hasta hoy, si no la interpretación, al
menos la continuación de cierto anhelo de la víspera.
Mario Benedetti, Esta mañana
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